Ama la música, odia el racismo

 


Ama la música, odia el racismo!

«Rock Against Racism dio el pistoletazo de salida a un movimiento que iba a dar la vuelta como un calcetín a las inquietudes musicales de los jóvenes de los barrios obreros de Gran Bretaña», reflexiona el autor.

Paul-Simonon, de The Clash, en el Victoria Park en 1978. SYD SHELTONCompartirMiguel Ángel FernándeznkFacebook


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Manifestación del movimiento ‘Rock Against Racism’ en 1978. SARAH WYLD / Licencia CC BY-SA 3.0
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X-Ray Spex en la marcha/concierto Rock Against Racism en Londres, abril de 1978. ANDY WILSON / Licencia CC BY-NC-ND 2.0
Un cartel de la manifestación Rock Against Racism celebrada en Leeds en julio de 1981. WILLIAM STARKEY / Licencia CC BY-SA 2.0

Pongámonos en situación: Reino Unido, años setenta del pasado siglo. El país se lame las heridas por la pérdida del esplendor colonial y recibe una constante llegada de inmigrantes de los países de la nueva Commonwealth que buscan que la metrópoli les devuelva parte de lo expoliado durante siglos. Son más de 70.000 al año, una cifra importante que viene a sumarse al cuarto de millón de inmigrantes caribeños o los 100.000 del subcontinente indio que ya se habían asentado en la década anterior. Todavía resuenan los ecos del apocalíptico discurso de 1968 conocido popularmente como Ríos de sangre, en el que el exministro de Salud tory Enoch Powell había criticado la llegada de inmigrantes, augurando que ello conduciría a conflictos interraciales y la inevitable pérdida de la identidad británica.

Pese a que el discurso le granjeó numerosas críticas, incluso de su propio partido, y la destitución de sus cargos, el relato de Powell abonaba terreno fértil entre la población blanca. Y es significativo que dicho discurso no solo calara entre nostálgicos imperialistas, sino también en una parte sustancial de la clase obrera, especialmente en la zona de residencia de Powell, el oeste de las Midlands, donde se desatará una ola de huelgas en apoyo al político racista y de oposición a la inmigración. La central eléctrica de Rugeley, la fábrica de neumáticos Dunlop, La MotorPanels de Coventry, el mercado de carne Smithfields… serán de las más nutridas, pero el punto álgido llega cuando unos 1.000 estibadores londinenses se declaran en huelga para apoyar los argumentos de Powell.

Para acabar de cerrar el círculo y flanqueando por la derecha a los conservadores, encontramos al Frente Nacional, fundado en 1967 y que en pocos años va a conseguir ser el cuarto partido más votado del Reino Unido. El partido ultraderechista ha cimentado su apoyo gracias a una agresiva presencia pública de provocadoras marchas callejeras y una dinámica de intimidación a la población migrante que, como destaca Satnam Virdee en su Racismo, clase y el paria racializado (Ed. Katakrak), se ha convertido en “la representación en miniatura del conjunto de poblaciones que acaban de independizarse y será objeto de la violencia y la ira racistas que la población británica siente por la pérdida del imperio”.

Con estos mimbres, no es extraño que el número de asesinatos de carácter racista escale de manera descontrolada en 1976: en verano, a pocos meses de los éxitos electorales del Frente Nacional, Dinesh Choudhri, de 19 años y Riphi Alhadidi, de 22, son asesinados por jóvenes blancos en Essex; poco después, Gurdip Singh Chaggar, de 18, es también apuñalado y asesinado por otro grupo de jóvenes blancos en Southall; y en septiembre, una banda racista prende fuego a Mohan Dev Gautam en Leamington Spa.

El discurso del odio no se limita a las calles, sino que salpica también la escena musical: el 5 de agosto Eric Clapton sube al escenario del Birmingham Odeon y le grita a la audiencia que “Enoch tenía razón” y “deberíamos enviarlos a todos de regreso” para que el país no se convierta en “una colonia negra”. Además, pide el voto para el político racista, un “profeta” que ayudaría a mantener Gran Bretaña blanca.

Meses antes había sido Bowie quien, en una provocación impresentable, se había referido a Hitler como “la primera estrella de rock de la historia”, y en una entrevista para Playboy afirmaba que creía “firmemente en el fascismo, la única forma de frenar el liberalismo”. Por si hubiera alguna duda, en otra entrevista a un diario sueco se habría reafirmado con perlas como que “a Inglaterra le vendría bien un líder fascista”. Y, aunque menos conocidas, también Rod Stewart o Roger Daltrey habían hecho declaraciones similares. Sí, amigo, tus ídolos también pueden comportarse como perfectos imbéciles.

Eso mismo debió de pensar el fotógrafo Red Saunders, quien al escuchar los exabruptos de Clapton pensó que era la gota que colmaba el vaso y decidió escribir una carta de protesta a la prensa musical junto a algunos de sus compañeros en el grupo de teatro agitprop Kartoon Klowns. En la carta, publicada en NME, Melody Maker, Sounds y otros medios, además de cargar contra el guitarrista, al que llamaba “el mayor colono del rock” (Clapton había conseguido un destacable éxito comercial con su versión del I Shot the Sheriff de Marley), instaba a los lectores a unirse al rock contra el racismo. En quince días recibió más de 600 respuestas, y tres meses después el RAR, (Rock Against Racism) realizaba su primer concierto en el pub Princess Alice de Londres. Era el pistoletazo de salida de un movimiento que iba a dar la vuelta como un calcetín a las inquietudes musicales de los jóvenes de los barrios obreros de Gran Bretaña.

En 1977, Rock Against Racism publicaba su propia revista, Temporal Hoarding, y el primer número lanzaba un editorial con una declaración de principios que quedaría como manifiesto fundacional: “Queremos música rebelde, música callejera, música que rompa el miedo de las personas entre sí, música para tiempos de crisis, música que conozca a su verdadero enemigo. ¡Ama la música, odia el racismo!”.

El movimiento estaba ganando para la causa antifascista a las bandas más importantes de la emergente escena punk, bandas que empezaban a compartir escenario con otras de música reggae en una reivindicativa mezcla interracial: Stiff Little Fingers, Sham 69, Tom Robinson Band, Steel Pulse, Misty in Roots, The Clash… Y los clubes y agrupaciones RAR brotaban como setas en las ciudades y barrios británicos.

Para Santiago Escribano, autor de La Mecha. Historias de política y rock. Vol. 1 y conductor del programa 100Fuegos, el éxito del RAR se encuentra en haber conseguido estructurar un discurso antirracista más allá del clásico antifascismo militante: “Aunque el Reino Unido siempre tuvo sus propios fascistas en casa, con Oswald Mosley y los suyos, lo de la lucha contra el fascismo y el nazismo sonaba a la batallita del abuelo. Era el aburrido discurso oficial, Dios salve a la Reina, que con Churchill vencimos al monstruo nazi. Provocar luciendo esvásticas como los Sex Pistols y hacer declaraciones como las de Bowie era muy fácil, enfadaban a izquierda y derecha del espectro político británico, porque además era hacer apología de un enemigo extranjero al que se había vencido. Pero la broma dejó de tener gracia, si es que algún momento la tuvo, cuando había vidas en juego. La música no podía mirar a otro lado, porque hacerlo hubiera sido también tomar partido”.

En todo caso, y ampliando el espacio antirracista, se formaba poco después la Liga Antinazi (Anti-Nazi League), organización con un componente claramente político, auspiciada por el Socialist Workers Party y algunos sindicatos y diputados laboristas. Ambos movimientos se coordinarían para frenar el auge del Frente Nacional y los discursos xenófobos, especialmente en los entornos obreros.

El primer aldabonazo iba a ser la convocatoria de un carnaval reivindicativo para la primavera de 1978. El evento consistiría en una manifestación seguida de un concierto al aire libre, y el objetivo inmediato, estructurar una barricada de rechazo al Frente Nacional antes de las elecciones municipales de mayo. Mientras, el ambiente en las calles seguía siendo irrespirable: semanas antes del acto programado, la organización neonazi Columna 88 colocaba paquetes bomba en la sede del Partido Comunista y del Sindicato Nacional de Empleados Públicos. El 21 de abril, a nueve días de la marcha, era asesinado a puñaladas Kennith Singh, de 10 años.

El día señalado, 30 de abril, una heterogénea riada compuesta por miles de hippies, migrantes, antifascistas, músicos, activistas, políticos y sindicalistas marchaban desde Trafalgar Square hasta el East End de Londres, punto neurálgico del Frente Nacional, donde se había convocado el concierto al aire libre en el Victoria Park, y la noche acababa con 80.000 personas bailando al ritmo de The Clash. Era la guinda a un concierto en el que previamente habían tocado Steel Pulse, Tom Robinson Band, X-Ray Spex o los Sham 69. En las elecciones locales de la semana siguiente, el Frente Nacional no lograría ningún concejal.

El RAR seguiría organizando eventos multitudinarios: en julio, un nuevo carnaval en Manchester con Steel Pulse y los Buzzcocks y en septiembre un segundo concierto en Brixton, el multiétnico barrio londinense con una extendida comunidad de personas de origen africano y caribeño. Para finales de año, el movimiento había organizado cientos de conciertos locales y cinco carnavales multitudinarios. Y en la campaña de las elecciones generales de 1979, otra veintena de conciertos en la Militant Entertainment Tour.

En dichos comicios, pese a que el Frente Nacional disputó su mayor cantidad de escaños, obtuvo un paupérrimo 1,3% del voto total, por debajo del 3,1% conseguido en 1974. El racismo no se había esfumado de la sociedad británica, pero el RAR –sumado a la Liga Antinazi– había conseguido pararle los pies en las calles y entre la juventud obrera.

Con los días más oscuros de las marchas fascistas ya en el recuerdo, el movimiento iría decayendo en actividad hasta disolverse en 1982, no sin antes sentar las bases de iniciativas musicales de corte similar, como el sello Two Tone de The Specials, promotor del ska y otros sonidos jamaicanos que catapultaría a numerosas bandas integradas por jóvenes blancos y negros y con un componente fuertemente reivindicativo contra el racismo, o el movimiento Red Wedge de Jerry Dammers, Billy Bragg, Tom Robinson y Paul Weller, que tenía como objetivo ayudar a derrotar al partido conservador en las elecciones generales de 1987.

En 2002, Rock Against Racism revivió con el nombre de Love Music Hate Racism y en 2008 se celebró el 30 aniversario del mítico concierto del Victoria Park con un nuevo evento en el que participaron bandas como The good, the bad and the queen –donde milita Paul Simonon, exbajista de The Clash–, The View, Patrick Wolf y Hard-Fi, entre otros. Además, en 2019 se estrenó el documental White Riot, de Rubika Shah, que repasa la actividad del movimiento.

Para Satnam Virdee, el RAR supuso “una muestra de que una parte, pequeña pero en alza, de la comunidad blanca acababa de descubrir la seguridad y el deseo de unirse a las personas de las comunidades minoritarias que cuestionaban abiertamente el racismo”. Escribano recalca por su parte que el impacto del RAR traspasó fronteras y supuso un pistoletazo de salida para la politización del punk-rock, “grupos como Kortatu o Banda Basotti que hablaban de los conciertos de los Clash en sus respectivos países como un flashazo de la música que querían hacer y la actitud que querían llevar”.

En cuanto al movimiento sindical, empezó a ser consciente de la nueva realidad de una clase obrera británica interracial, que incluía a los inmigrantes de sus antiguas colonias. El pronto apoyo sin fisuras –estibadores londinenses incluidos– a la huelga de Grunwick, organizada fundamentalmente por mujeres de origen indio, era ya una esperanzadora muestra. ¿Y los ídolos? Los ídolos se retractaron con el tiempo de las declaraciones de 1976: Clapton argumentando estado de embriaguez y Bowie a la “paranoia y la depresión inducidas por un uso descontrolado de las drogas”… Luego, siguieron haciendo cosas de ídolos.